Monday, August 25, 2025

El ministerio de los ángeles: mensajeros y guardianes en la obra de Dios


Desde niño he sentido curiosidad por los ángeles. No me refiero únicamente a las imágenes que solemos ver en pinturas antiguas, con alas extendidas y semblantes radiantes, sino a esa realidad profunda que las Escrituras enseñan: seres enviados de parte de Dios, mensajeros y guardianes que participan de la obra de salvación. Cada vez que leo en Doctrina y Convenios 84:88 la promesa del Señor: “Y quienes os reciban⁠, allí estaré yo también, porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”, siento que esa promesa no es un adorno del lenguaje religioso, sino una garantía del amor y el poder divino. No caminamos solos; el cielo, en su infinita misericordia, nos rodea de ayuda invisible para sostenernos en la jornada.


Y cuando leo en Doctrina y Convenios 130:5: “Pero no hay ángeles que ministren en esta tierra sino los que pertenecen o han pertenecido a ella”, la doctrina se vuelve aún más clara: los ángeles no son extraños a nuestra condición mortal, no son seres ajenos a la experiencia humana. Han vivido aquí, han sentido lo que sentimos, han llorado, han sufrido, han amado, y ahora ministran desde el otro lado del velo. Eso significa que quienes nos acompañan pueden ser nuestros propios antepasados, hermanos o hermanas que partieron antes, y que ahora participan en la gran obra del Padre Celestial.


La Restauración misma comenzó con el ministerio de un ángel. Cuando José Smith oró buscando sabiduría, se le apareció el Padre y el Hijo, pero fue un ángel, Moroni, quien durante años lo instruyó y preparó para traer a la luz el Libro de Mormón. Pienso en aquel joven campesino de apenas 17 años, en su habitación, viendo aparecer a un mensajero de luz que le habló con poder y claridad sobre una obra trascendental. No fue un sueño vano, ni una visión distante, fue un encuentro real. Moroni no solo le enseñó sobre las planchas de oro, sino que lo instruyó repetidamente, hasta que José estuvo listo para recibir y cumplir con su misión. Eso me confirma que los ángeles no se limitan a entregar mensajes rápidos, sino que participan pacientemente en el crecimiento y preparación de los hijos de Dios.


Años después, nuevamente fueron ángeles quienes restauraron la autoridad del sacerdocio. Juan el Bautista, ahora un ser resucitado, impuso las manos sobre José y Oliver y les confirió el Sacerdocio Aarónico. Después, Pedro, Santiago y Juan vinieron también, restaurando el Sacerdocio de Melquisedec. Qué significativo es saber que aquellos que caminaron con Cristo en Galilea, que lo conocieron y lo sirvieron, regresaron como ángeles para abrir de nuevo el camino de la salvación en esta dispensación. Sus manos, que habían bendecido y sanado, ahora imponían autoridad sobre dos hombres comunes en Pensilvania, y con ello el poder de Dios volvió a la tierra.


El templo de Kirtland es otro ejemplo poderoso. Allí, tras su dedicación, muchos testigos relataron haber visto ángeles, oído coros celestiales y presenciado visiones gloriosas. El propio José Smith y Oliver Cowdery vieron al Señor en el templo, y también a Moisés, Elías y Elías el Profeta, quienes entregaron llaves esenciales para la obra de los últimos días. Estos eventos no son cuentos piadosos, son testimonios sólidos de que los ángeles están profundamente involucrados en la obra de salvación, entregando llaves, enseñanzas y poder.


La historia de la Iglesia está llena de relatos semejantes. Cuando los santos emprendieron el viaje hacia el oeste, muchos pioneros testificaron de la protección milagrosa que recibieron en circunstancias extremas. Hay relatos de carros que parecían guiados por manos invisibles, de peligros que fueron evitados en el último momento, y de consuelo que llegó en noches de hambre y frío. Algunos escribieron que sintieron la presencia de seres angelicales caminando junto a ellos. Y no me resulta difícil creerlo, porque el Señor había prometido que sus ángeles rodearían a sus siervos.


También pienso en momentos de martirio y prueba. En Carthage, cuando José y Hyrum sellaron su testimonio con su sangre, no estuvieron solos. Aunque hombres armados los rodeaban, el cielo también estaba presente. Los ángeles, invisibles a ojos mortales, seguramente estuvieron allí para sostener a los profetas en su hora más amarga. Así como el Salvador fue fortalecido por un ángel en Getsemaní, también sus siervos recibieron consuelo divino en su sacrificio final.


Lo que más me conmueve es entender que este ministerio angelical no está reservado únicamente a profetas o líderes escogidos. Doctrina y Convenios 84:88 deja claro que todos los que participan en la obra del Señor pueden recibir la compañía de los ángeles. No importa si se trata de un joven misionero que toca puertas en un país lejano, de una madre que ora por sus hijos, de un obispo que ministra en silencio, o de un miembro nuevo que lucha por mantenerse firme. La promesa es la misma: los ángeles están alrededor para sostener.


En mi propia vida he experimentado esa verdad. No he visto un ángel con mis ojos mortales, pero he sentido su presencia. Hay momentos en los que he recibido fuerza inexplicable, cuando la lógica decía que debía caer. Ha habido ocasiones en que una idea clara y precisa ha venido a mi mente en un instante crucial, y sé que no fue solo producto de mi razonamiento. En situaciones de peligro, cuando parecía que todo se desbordaba, he sentido una protección que no se puede explicar en términos humanos. Estoy convencido de que en esos momentos los ángeles han estado cerca.


Doctrina y Convenios 130:5 lo explica con claridad: “Pero no hay ángeles que ministren en esta tierra sino los que pertenecen o han pertenecido a ella.” Esto significa que los ángeles comprenden lo que vivimos. Ellos han sentido el peso de la mortalidad, conocen las lágrimas y las alegrías, y por eso pueden ministrar con compasión verdadera. Cuando pienso en ello, me lleno de gratitud al considerar que mis propios antepasados, mis abuelos, quizá incluso generaciones que nunca conocí, podrían estar cerca, ayudando, inspirando y velando por mi vida y la de mi familia.


Esto también da un sentido más profundo a la obra genealógica y del templo. Cuando buscamos a nuestros antepasados y llevamos sus nombres al templo, no estamos realizando un acto simbólico distante, estamos cooperando con los mismos ángeles que ministran entre nosotros. Ellos esperan, se regocijan, y participan en ese proceso. La obra vicaria no es solo un servicio administrativo, es un puente real que une a los vivos y los muertos, a los mortales y los celestiales, en un mismo propósito eterno.


En la historia de la Iglesia, Wilford Woodruff testificó de una experiencia notable en el Templo de San Jorge, donde sintió la presencia de hombres eminentes de la historia, quienes solicitaron la obra vicaria en su favor. Ese relato ilustra que la ministración angelical no es un concepto lejano ni abstracto, sino una realidad concreta en la cual las almas redimidas participan activamente en la obra del Señor.


Hoy, cuando enfrento las pruebas de la vida, me aferro a la certeza de que no estoy solo. En los momentos de debilidad recuerdo la promesa: los ángeles están alrededor para sostenerme. En mis oraciones incluyo un ruego al Señor para que me permita ser sensible a esa ayuda, para reconocerla y agradecerla.


El ministerio de los ángeles no se trata de espectáculo ni de manifestaciones constantes y visibles. La mayoría de las veces ocurre en silencio, de manera sutil, casi imperceptible. Pero su efecto es innegable: fortalecen, protegen, inspiran, y elevan. Ellos participan en la obra de Cristo, porque todo lo que hacen lo hacen en Su nombre. Son extensiones de Su amor y de Su poder. Cada vez que un ángel nos guarda, es Cristo quien nos guarda. Cada vez que un ángel nos habla, es Cristo quien nos habla. Cada vez que un ángel nos rodea, es Cristo mismo quien nos rodea.


Y llegará el día en que veremos claramente lo que ahora creemos por fe. Llegará el momento en que comprenderemos cuántas veces fuimos sostenidos por manos invisibles, cuántas veces fuimos protegidos de peligros que ni siquiera alcanzamos a percibir, cuántas veces recibimos consuelo en medio de la soledad gracias al ministerio de los ángeles. Ese día será de gozo y de gratitud, porque reconoceremos los rostros de aquellos que nos acompañaron. Y muchos de ellos serán familiares, amigos y seres queridos que ahora descansan del otro lado del velo, pero que nunca nos abandonaron.


Hasta que ese día llegue, vivo con la certeza de que no camino solo. Las promesas de Doctrina y Convenios se cumplen, y se cumplen de manera constante. El Señor ha dispuesto que su Espíritu me acompañe, y que sus ángeles estén alrededor de mí para sostenerme. Eso basta para seguir adelante con fe, con esperanza y con amor, confiando en que los cielos están abiertos y que el Padre Celestial, en su infinita misericordia, nunca me deja desamparado.



No comments:

Post a Comment