Saturday, August 30, 2025

No temas: el consuelo eterno frente a la incertidumbre moderna


 

Vivimos en un tiempo donde las noticias corren más rápido que la esperanza. La incertidumbre se ha vuelto casi el aire que respiramos: economías inestables, guerras que parecen no terminar, enfermedades que aparecen de repente, familias fragmentadas y sociedades que parecen olvidar sus raíces más profundas. Todo parece moverse tan de prisa que el corazón humano se queda atrás, y lo que sentimos es miedo. El miedo no necesita invitación; se mete por la puerta de la duda, por la ventana de la ansiedad, por las rendijas de la desconfianza. Nos recuerda lo frágiles que somos. Pero en medio de esa fragilidad, hay una voz eterna que nos dice: “No temas”. Esa frase, sencilla y poderosa, es más que un consuelo. Es un mandato divino envuelto en ternura, una promesa que atraviesa los siglos y que llega hasta nuestro tiempo con la misma fuerza que en el principio.


El miedo tiene muchas formas. Está el miedo a perder lo que amamos, el miedo al fracaso, el miedo a la soledad, el miedo a la muerte, y también ese miedo silencioso que se esconde detrás de una sonrisa cuando no queremos preocupar a otros. Pero lo curioso es que, aunque el miedo se presenta de tantas maneras, la respuesta de Dios es siempre la misma: “No temas”. No se nos promete un mundo sin dolor, ni un camino sin tropiezos, pero sí se nos asegura compañía, dirección, y un futuro mayor que cualquiera de nuestras angustias. El temor encoge la visión, pero la fe la expande. El temor paraliza, pero la confianza en lo alto libera.


Hoy, más que nunca, necesitamos recordar que el llamado a no temer no es un cliché religioso ni un consuelo barato. Es una verdad eterna que se enciende con más fuerza cuando el mundo parece oscurecerse. Cuando los mares de la vida se agitan, cuando sentimos que la barca se hunde, la voz del Maestro sigue sonando: “No temas, yo estoy contigo”. Y esa presencia es suficiente para que incluso el corazón más atribulado encuentre calma.


La incertidumbre moderna tiene características peculiares. Antes, las generaciones temían a las hambrunas o a la falta de recursos básicos. Hoy tememos a perder nuestra identidad, a vivir en un mundo despersonalizado, a ser reducidos a un número en una base de datos o a una estadística en una pantalla. La ansiedad del presente no siempre se mide en lo que falta, sino en la pérdida de sentido. Y ahí, en ese vacío que deja lo superficial, se vuelve aún más relevante escuchar al cielo decirnos: “No temas”. Porque si el miedo nace de la falta de certeza, la fe se convierte en el ancla que nos devuelve al propósito eterno de nuestra existencia.


El ser humano siempre ha buscado seguridad. Por eso construimos muros, levantamos sistemas políticos, acumulamos riquezas o buscamos poder. Creemos que de esa manera aseguramos nuestro futuro. Pero la historia se encarga de enseñarnos que nada de eso es eterno. Los imperios caen, las riquezas se desvanecen, el poder cambia de manos. Entonces, ¿qué permanece? Permanece la palabra que no caduca, la promesa que no se rompe, el amor que no se extingue. Allí es donde entendemos que el “no temas” no depende de lo que tenemos en las manos, sino de Aquél que sostiene el universo en las suyas.


El miedo es natural, pero no debe gobernar nuestra vida. Los profetas, los sabios, los hombres y mujeres de fe que nos precedieron, todos sintieron temor. Abraham lo sintió al salir hacia una tierra desconocida. Moisés lo sintió frente al mar rojo con un pueblo murmurando a sus espaldas. Josué lo sintió al tomar el liderazgo de Israel después de la muerte de Moisés. David lo sintió al enfrentar a un gigante más grande y fuerte que él. Y aun así, la constante fue que Dios les dijo: “No temas”. La diferencia nunca estuvo en la fuerza humana, sino en la fuerza divina que se manifiesta en medio de la debilidad.


En nuestro tiempo, la incertidumbre se disfraza de progreso. Tenemos más tecnología que nunca, más acceso a información que en cualquier otra época, pero también tenemos más ansiedad, más soledad, más depresión. ¿Cómo puede ser? Porque el corazón humano no se alimenta de pantallas ni de algoritmos. El alma no se satisface con datos ni con estadísticas. Necesita algo más profundo: necesita la certeza de que no camina sola, de que hay una mano invisible que guía sus pasos. Por eso, las palabras “no temas” son tan vitales para nuestra generación. Porque nos devuelven la perspectiva que hemos perdido: no estamos a merced del caos, estamos en las manos de un Dios que gobierna incluso el caos.


Recuerdo una vez escuchar a un hombre contar que, en medio de una enfermedad terminal, lo que más lo sostenía no eran los medicamentos ni los diagnósticos, sino repetir en su mente una y otra vez: “No temas, yo estoy contigo”. No eran palabras mágicas, eran palabras vivas que le daban paz. La tormenta no desapareció, pero su corazón encontró descanso. Eso es lo que produce la fe: no siempre cambia la circunstancia, pero siempre cambia al que enfrenta la circunstancia.


El mandato de no temer también implica un llamado a actuar. No es una excusa para la pasividad, sino una invitación a seguir caminando aunque el terreno sea incierto. Significa levantar la mirada cuando todo invita a bajarla, significa extender la mano al que sufre cuando todo invita a encerrarse en uno mismo, significa seguir construyendo futuro cuando todo alrededor parece derrumbarse. El que confía en Dios no ignora la realidad, pero tampoco se deja dominar por ella. Vive con los pies en la tierra, pero con el corazón anclado en el cielo.


La incertidumbre moderna también golpea fuerte en la familia. Padres temen por el futuro de sus hijos, jóvenes temen no alcanzar un lugar en un mundo competitivo, parejas temen no poder mantener la unidad en medio de tantas presiones externas. Pero en todos esos escenarios, la promesa sigue en pie: “No temas”. No significa que no habrá lágrimas, pero sí significa que ninguna lágrima se derrama sin ser vista. No significa que no habrá pruebas, pero sí significa que ninguna prueba será mayor que la gracia que se nos ofrece. Y esa certeza es el bálsamo que sana la ansiedad del alma.


La frase “no temas” también es un recordatorio de identidad. Es como si el cielo nos dijera: “Recuerda quién eres, recuerda de dónde vienes, recuerda hacia dónde vas”. Porque muchas veces el temor surge cuando olvidamos nuestra verdadera identidad. Cuando creemos que somos simples piezas en un tablero inmenso, cuando nos vemos como un accidente cósmico o como un número más en las cuentas del mundo, entonces la desesperanza gana terreno. Pero cuando recordamos que somos hijos de Dios, herederos de promesas eternas, parte de un plan mayor que trasciende el tiempo y la historia, el miedo pierde poder. Porque lo que el mundo no puede dar ni quitar es justamente lo que nos define: nuestra conexión con lo divino.


“ No temas” no es una frase que borra las dificultades. Al contrario, es una frase que nos equipa para enfrentarlas. Es como una antorcha en medio de la noche. La oscuridad no desaparece, pero ya no nos domina porque tenemos luz para caminar. Así es la fe. Así es la certeza que nos regala el cielo en medio de la incertidumbre. Así es como aprendemos que el miedo no tiene la última palabra.


Y entonces, al mirar hacia el futuro, comprendemos que las promesas divinas no se detienen en esta vida. El “no temas” no solo cubre los miedos presentes, sino también el temor más grande del ser humano: la muerte. Porque incluso frente a esa realidad inevitable, la promesa es que hay vida más allá de la tumba, que hay resurrección, que hay reencuentros, que hay eternidad. Eso cambia todo. Eso significa que incluso cuando perdemos a alguien amado, aunque el dolor sea real y profundo, la esperanza lo es aún más. Y esa esperanza nos susurra con suavidad pero con firmeza: “No temas”.


Si hoy vivimos rodeados de incertidumbre, la respuesta no está en negar la realidad, ni en huir de ella, ni en construir muros más altos. La respuesta está en abrir el corazón al llamado divino que se mantiene intacto a través de los siglos. Cada vez que temes por el futuro, cada vez que sientes que no puedes más, cada vez que piensas que el mundo se ha vuelto demasiado oscuro, escucha otra vez esa voz eterna: “No temas, yo estoy contigo”. Porque en esas palabras se encuentra todo el poder de la fe, toda la fortaleza del alma y toda la esperanza del evangelio eterno.


Al final, lo que el mundo llama incertidumbre, Dios lo llama oportunidad para confiar. Lo que el mundo ve como amenaza, Dios lo ve como espacio para su gracia. Lo que el mundo traduce en ansiedad, Dios lo convierte en confianza. Y así, paso a paso, aprendemos que la verdadera seguridad no viene de tener todo bajo control, sino de saber que nuestras vidas están en manos de Aquel que nunca pierde el control. Por eso, incluso en el tiempo más incierto, podemos vivir con certeza. Por eso, incluso en el miedo más grande, podemos escuchar una y otra vez: “No temas”. 

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