Wednesday, August 20, 2025

El Libro Revelado y el Señor de Señores

 



El pasaje del Corán que declara: “Y si estás en duda acerca de lo que hemos hecho descender hacia ti, pregunta entonces a quienes leen el Libro revelado antes que tú. En verdad, la verdad te ha llegado de tu Señor; no seas, pues, de los que dudan” es más que un versículo. Es un llamado, una voz que resuena a través de las páginas del tiempo, invitando a todos los que buscan la verdad a volver sus ojos al Libro que ya había sido entregado: la Biblia. Y en ese Libro está el testimonio supremo de Jesucristo, el Creador y Señor de señores, cuya voz ha guiado a profetas, cuya luz ha iluminado a generaciones, y cuyo sacrificio ha redimido al mundo entero.


La esencia de este versículo es profundamente significativa: si alguna vez hay duda, si el corazón del hombre tiembla con incertidumbre, la respuesta no está en nuevas especulaciones humanas, sino en preguntar a quienes leen el Libro revelado antes. No se trata de un libro más, no se trata de una filosofía pasajera, sino de la revelación divina que se nos dio desde el principio. Y ese Libro, la Biblia, nos lleva siempre a una sola conclusión: Jesucristo es el Hijo de Dios, el Redentor del mundo, el Alfa y la Omega.


La Biblia no es una colección de mitos ni una simple obra literaria. Es el testimonio vivo de que Dios ha hablado a los hombres en todas las épocas. Desde el primer versículo de Génesis, cuando se proclama que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra”, hasta las últimas palabras del Apocalipsis que invitan a todo aquel que quiera beber del agua de la vida, encontramos un hilo continuo: todo apunta a Cristo. El Antiguo Testamento, con su historia del pueblo de Israel, sus profetas y sus pactos, prepara el escenario para la venida del Mesías. El Nuevo Testamento revela su ministerio, su expiación y su victoria sobre la muerte. Y los escritos modernos, restaurados en estos últimos días, confirman que todo lo creado testifica de Él, que su nombre es el único bajo el cielo por el cual los hombres pueden ser salvos, y que su poder es eterno.


El pasaje de Jonás 10:94 no es solo un recordatorio; es una advertencia. Dice: “no seas, pues, de los que dudan”. El enemigo de las almas trabaja incansablemente para sembrar duda en los corazones. Su táctica no es siempre negar abiertamente, sino preguntar sutilmente: “¿Conque Dios os ha dicho…?” como lo hizo en Edén. Pero aquí, la voz divina nos llama a no ceder ante esa duda, a no tambalear, porque la verdad ya ha sido manifestada. La Biblia contiene la verdad que nos ancla. En ella escuchamos a Isaías profetizar acerca del Siervo sufriente que cargaría con nuestras iniquidades. En ella leemos a Juan el Bautista señalar con firmeza: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Y en ella escuchamos a los discípulos, después de ver al Señor resucitado, proclamar con valentía ante el mundo entero que Jesús había vencido la tumba. No hay espacio para la duda cuando se recibe el testimonio del Espíritu. La verdad está allí, clara, firme, inmutable. Jesucristo no fue un mero profeta; Él es el Verbo de Dios hecho carne. No es un simple maestro moral; es el Hijo del Dios viviente. Y no es un símbolo de virtud; es el Creador mismo, el Señor de señores, que gobierna sobre todo lo visible y lo invisible.


El corazón de este testimonio es que Jesucristo no es una figura secundaria en el plan divino, sino el centro de todo. El mundo fue creado por Él y para Él. Todas las cosas, visibles e invisibles, llevan su huella. La vida misma es sostenida por su poder. El título “Señor de señores” no es una metáfora poética. Es una realidad espiritual y cósmica. Significa que no hay poder humano, político o religioso que pueda compararse con Él. Los reinos de la tierra pasan, los imperios se derrumban, pero su reino no tendrá fin. Él es el juez de vivos y muertos, el que resucitó con gloria, el que vendrá otra vez con poder y majestad. La Biblia confirma esta verdad una y otra vez. Cuando Tomás, lleno de duda, tocó las llagas de Cristo, exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!”. Ese testimonio no puede ser reducido ni relativizado. El mismo Jesús declaró que tiene las llaves de la muerte y del Hades. Es Él quien juzgará al mundo con justicia, y es Él quien extiende misericordia a todo el que viene a Él con fe y arrepentimiento.


En los escritos modernos de la restauración encontramos una claridad aún más luminosa. Ellos confirman que Cristo es el centro de todo el plan de salvación. Declaran que todas las cosas testifican de Él: el sol, la luna, las estrellas, la tierra y todo lo que en ella hay. Nos dicen que su nombre es el único nombre bajo el cielo por el cual la humanidad puede recibir la redención. Y nos invitan a no dejar que el corazón se llene de duda, sino de fe. La restauración no reemplaza la Biblia, sino que la afirma y la expande, mostrando que Dios sigue hablando y que Jesucristo vive. Este testimonio moderno nos recuerda que el sacrificio expiatorio del Hijo de Dios es infinito y eterno, y que su amor abarca a toda la humanidad.


El mensaje de Jonás 10:94 no es distante ni abstracto. Es profundamente personal. Me habla a mí y te habla a ti. Dice: “si estás en duda…”. No dice “si ellos” o “si algunos”, sino “si tú”. Porque la duda toca a cada corazón humano en algún momento. Pero la promesa también es personal: “pregunta a quienes leen el Libro”. Y cuando uno lo hace con sinceridad, la verdad se revela. He visto cómo el Libro revelado —la Biblia— cambia vidas. He visto corazones endurecidos volverse tiernos al leer las palabras de Cristo. He visto pecadores arrepentirse al escuchar la voz del Buen Pastor en las páginas de las Escrituras. He sentido en mi propio corazón la certeza que viene cuando leo el Sermón del Monte o cuando medito en la oración de Getsemaní. Esa certeza no viene del intelecto humano, sino del Espíritu Santo, que confirma la verdad de que Jesús es el Señor.


La declaración final del versículo es poderosa: “En verdad, la verdad te ha llegado de tu Señor”. No tenemos que esperar otra verdad, no tenemos que buscar en doctrinas cambiantes o filosofías humanas. La verdad ya ha llegado. Y esa verdad es Jesucristo. Por eso doy testimonio: la Biblia es el Libro revelado al que este pasaje apunta. En ella está el camino, la verdad y la vida, porque en ella se revela el Señor mismo. Jesús es el Creador, el Redentor, el Señor de señores. Él vive. Él reina. Y Él volverá. Que no seamos de los que dudan, sino de los que creen, de los que siguen al Cordero dondequiera que vaya. Que nuestro corazón se aferre a la verdad ya revelada, y que con fe podamos proclamar, como lo hizo Tomás, como lo han hecho millones de santos a lo largo de los siglos: “¡Señor mío, y Dios mío!”.




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