Tuesday, September 2, 2025

Encontrar Gozo en el Dios de la Salvación: Aun Cuando la Higuera No Florezca




La vida tiene momentos en los que el campo de nuestra existencia parece estéril, cuando el fruto que esperábamos recoger nunca llega y los corrales del corazón se sienten vacíos. El profeta Habacuc describió este escenario con imágenes tan vívidas que trascienden los siglos: la higuera sin flores, las vides sin uvas, el olivo seco, el rebaño ausente, la tierra silenciosa. Es el retrato de la carencia absoluta, de ese instante en que el alma se pregunta si todo lo que esperaba ver germinar se ha desvanecido en la nada. Sin embargo, en medio de esa desolación, surge un canto inesperado: “con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Habacuc 3:17–18).


Este pasaje encierra una de las verdades más difíciles y más bellas: la fe genuina no depende de la abundancia visible, sino de la certeza invisible de que Dios sigue siendo fiel. La fe es la capacidad de alabar aun cuando la higuera no florece. Es un desafío que trasciende lo superficial: creer no porque las circunstancias lo confirmen, sino porque la confianza en Dios es más fuerte que la sequedad de la tierra.


En los registros modernos encontramos un eco de estas palabras en la voz de otro hombre de fe que clamó desde la adversidad. El profeta Enós relató: “mi alma tuvo hambre; y me arrodillé ante mi Hacedor, y clamé a él en poderosa oración y súplica por mi propia alma” (Enós 1:4). No había frutos visibles para Enós; lo que había era un hambre profunda del alma. Y sin embargo, en medio de esa carencia, persistió en clamar hasta recibir paz en Cristo. El patrón es el mismo: la higuera sin fruto no es el final, sino la invitación a encontrar gozo en el Señor.


A veces, los corrales vacíos son el escenario donde Dios moldea la esperanza. Cuando los santos de antaño eran perseguidos y clamaban por justicia, recibieron estas palabras: “Mi gracia es suficiente para ti; camina rectamente delante de mí, y no temas lo que el hombre pueda hacer, porque yo soy tu Dios” (Doctrina y Convenios 6:32). Aquí se nos recuerda que el gozo no proviene de la cosecha terrenal, sino de la certeza de que Dios permanece y nos acompaña.


El mensaje de Habacuc no es optimismo superficial, no es negar la realidad del dolor ni disfrazar la pérdida con frases vacías. Es la expresión de una fe madura que, habiendo visto la esterilidad del campo, decide fijar los ojos en la eternidad. El gozo en Dios es más profundo que la tristeza por lo que falta.


El apóstol Pablo escribió algo semejante: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11–13). Esta enseñanza nos conduce al mismo lugar: la verdadera fortaleza no proviene de la prosperidad externa, sino de la unión interior con Dios.


Si nos detenemos a reflexionar, las palabras de Habacuc son una invitación a cultivar un gozo que no fluctúe con las estaciones. Cuando la higuera florece y las vides rebosan, cualquiera puede cantar. Pero el verdadero milagro es alabar cuando los campos callan. Ese es el tipo de fe que transforma al hombre en testigo vivo de la fidelidad divina.


En los anales modernos encontramos otra confirmación: “Por tanto, no temáis, pequeños míos; haced buenas obras, dejad que la tierra y el infierno se combinen contra vosotros, y si estáis edificados sobre mi roca, no podrán prevalecer” (Doctrina y Convenios 6:34). Aquí resuena la misma voz que habló a Habacuc: el poder de gozar en el Dios de la salvación no depende de que los enemigos se retiren o de que la cosecha sea abundante, sino de estar firmes en la roca que no se mueve.


Los hijos de Dios siempre han enfrentado momentos de vacío. Alma y Amulek, cuando vieron a los creyentes ser arrojados al fuego, pudieron haber sentido el peso de una higuera sin fruto. Sin embargo, la respuesta de Amulek fue que Dios recibiría a esos mártires en su gloria (Alma 14:10–13). El gozo eterno estaba más allá de la cosecha visible.


Cada ser humano tendrá su propio momento “Habacuc”: una temporada en que lo esperado no florece. Para algunos, será la salud quebrantada; para otros, la ausencia de un ser querido; para otros más, los sueños que no germinaron. El mensaje del profeta es universal: aunque todo parezca vacío, todavía podemos alegrarnos en el Dios de nuestra salvación.


Este tipo de fe no se construye en un día. Es el resultado de caminar con Dios en lo pequeño, de reconocer su mano tanto en las mañanas soleadas como en las noches oscuras. Así, cuando llegue el día en que no haya fruto en las vides, el corazón tendrá la memoria suficiente para decir: “Sé que Él vive, y con todo me gozaré en Él”.


El Salvador mismo mostró este camino en Getsemaní, cuando dijo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). El gozo no estaba en la ausencia de dolor, sino en la unión con la voluntad divina. Su ejemplo es la consumación del mensaje de Habacuc: la confianza absoluta en el Dios de la salvación.


La promesa final es clara: los campos estériles de hoy no serán eternos. La higuera florecerá de nuevo, y las vides darán fruto en su tiempo. Pero mientras tanto, el gozo verdadero se encuentra en el Dios que nunca cambia, en el Cristo que venció la muerte y que asegura: “no os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14:18).


Así, Habacuc nos enseña a transformar la ausencia en alabanza, la escasez en testimonio, y el vacío en gozo eterno. Porque aunque no haya frutos en los corrales de este mundo, siempre habrá salvación en Aquel que es la vid verdadera, el pan de vida y la fuente de agua viva.



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