Wednesday, September 3, 2025

Jesucristo: El Camino en que mi alma encontró su hogar



Cuando miro hacia atrás y repaso mi historia, me doy cuenta de que Jesucristo siempre ha estado allí, aunque muchas veces yo no lo haya reconocido. Y cada nombre que la Biblia le da no es un título distante, sino una experiencia que he vivido en carne propia. Es como si mi vida fuera una canción unplugged, sin adornos, solo la voz del corazón contando lo que he visto y sentido de Él.


Lo descubrí primero como el Hijo de Dios, y eso me cambió para siempre. No sigo a un maestro humano, sigo al que vino del Padre. Saber que Dios entregó lo más precioso que tenía por alguien como yo me dio dignidad y valor en los días de fracaso. Pero al mismo tiempo lo encontré como el Hijo del Hombre, y allí entendí que no es un Dios lejano. Él se vistió de carne, conoció el cansancio, el hambre, la soledad. Eso me recuerda que entiende mi debilidad y que me acompaña en mis luchas.


Cuando busqué dirección, lo hallé como el Verbo. Su palabra no es letra muerta: es voz viva que me corrige y me enseña a vivir. Y cuando la culpa me aplastaba, lo vi como el Cordero de Dios. Él llevó mis pecados, me limpió con su sangre, y me regaló la libertad que jamás hubiera alcanzado por mí mismo. En mis extravíos lo escuché como el Buen Pastor, que me llama por nombre, me busca y me devuelve con ternura al redil. Y cuando no sabía hacia dónde ir, me mostró que Él mismo es el Camino. No solo me enseña por dónde ir: Él es la senda que conduce al Padre.


En medio de tantas mentiras disfrazadas de verdad, encontré paz al saber que Cristo es la Verdad. No cambia, no se negocia. Y esa verdad me llevó a experimentar que Él también es la Vida. No hablo de existir, sino de vivir de verdad. Antes creía que la vida estaba en logros y posesiones, pero ahora sé que está en Él. En mis noches oscuras brilló como la Luz del Mundo, mostrándome esperanza cuando todo parecía perdido. Y en mi hambre interior me dio el Pan de Vida, único alimento que realmente sacia el alma.


Comprendí también que Él es la Vid Verdadera y yo soy apenas un sarmiento. Sin Él me marchito, con Él florezco. El tiempo me recuerda lo breve que soy, pero hallo consuelo al saber que es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Todo empieza en Él y todo termina en Él. Y mientras tanto, en un mundo de poderes e injusticias, sé que es el Señor de señores y el Rey de reyes. Su reino es eterno y su justicia será la última palabra.


Cuando contemplo su pureza, lo reconozco como el Santo de Israel. No me aleja, me inspira a ser limpio de corazón. En medio de tormentas, he sentido su mano como el Príncipe de Paz, dándome calma que supera mi entendimiento. En mis soledades, lo he sentido como Emanuel, Dios conmigo en lo cotidiano, en mis luchas, en mis alegrías. Y cada vez que recuerdo lo que hizo por mí, confirmo que Él es el Cristo, el Ungido, y el Mesías, el cumplimiento de todas las promesas antiguas.


Al mirar mi pasado me abrazo a Él como el Redentor que pagó con sangre por mi libertad. Al pensar en el futuro descanso en Él como el Salvador que me guarda de lo que podría haber sido sin su gracia. En mi debilidad lo reconozco como el Mediador, que intercede entre mi imperfección y la santidad del Padre. Y aunque un día será el Juez de vivos y muertos, no le temo, porque sé que ese mismo Juez ya pagó mi deuda en la cruz. Finalmente, en lo más humano, lo disfruto como el Amigo fiel que nunca falla, nunca abandona y siempre permanece.


Hoy sé que estos nombres no son títulos lejanos, son huellas en mi camino, faros que me han guiado, aguas frescas en mis desiertos. Cada uno me ha bendecido de una forma distinta, y todos juntos me han acercado más a lo que significa vivir en Cristo.


Y si algo puedo testificar, con toda la sinceridad de mi corazón, es que Jesús es real. Vive, guía, salva, redime, ama. Y si hoy respiro con esperanza, es porque su gracia ha sido más grande que mi pecado, su amor más fuerte que mis temores y su promesa más segura que mis dudas. Yo sé que Jesucristo vive. Y porque Él vive, mi pasado tiene perdón, mi presente tiene fuerza y mi futuro tiene esperanza.


Amén.


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