Si algo he aprendido como miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es que la conversión no ocurre en un instante. No es una chispa fugaz que enciende una llama perfecta, sino una brasa que arde con el tiempo, alimentada por la paciencia de Dios y por el deseo sincero de un alma que busca sanar, entender, y amar. Hoy quiero escribir desde lo profundo de mi corazón sobre una verdad que me ha acompañado en los momentos más difíciles de mi vida: Dios trabaja lentamente, pero no porque no pueda hacerlo rápidamente, sino porque la restauración más verdadera toma tiempo.
Cuando leí las palabras de Rachel Cope en el libro The Slow Work of God, sentí como si alguien hubiera abierto una ventana a mi alma: “El Doctrina y Convenios nos muestra cómo las relaciones fracturadas —humanas y divinas— se restauran lentamente…”. He visto esa restauración en mi propia vida. He sentido cómo la fe no se impone, sino que se cultiva. He descubierto que los resentimientos no desaparecen por decreto, sino que se transforman mediante la gracia.
Yo no siempre fui un hombre paciente. De joven, esperaba que la vida me recompensara de inmediato por cada oración, cada esfuerzo. Creía que el perdón debía ser automático, que el testimonio llegaría como un rayo. Pero no fue así. Las respuestas venían en silencio, con pausas, con dudas. Me di cuenta de que el Señor trabaja a través del tiempo porque Él no está solo interesado en sanar lo que está roto: está interesado en enseñarnos a sanar con Él.
Muchos de nosotros arrastramos heridas del pasado: traiciones, silencios, distancias que duelen más que los gritos. En mi caso, hubo amistades que se rompieron por orgullo, familiares que se alejaron por malentendidos, y decisiones que no supe cómo enmendar. Y sin embargo, el Señor me ha mostrado que así como Él no se rinde conmigo, yo no debo rendirme con los demás.
Una de las razones por las que amo el Doctrina y Convenios es porque nos muestra a un Joseph Smith humano, falible, en crecimiento. Las revelaciones no bajaron todas de golpe; muchas fueron correcciones, ajustes, incluso reprensiones. En D. y C. 3, el Señor lo reprende por haber perdido las 116 páginas del manuscrito. Y, sin embargo, en vez de desecharlo, le da otra oportunidad.
Rachel Cope habla de cómo Doctrina y Convenios es un texto que nos enseña “la vida espiritual de un visionario en desarrollo”. Yo diría que todos somos visionarios en desarrollo. Todos estamos viendo apenas fragmentos de lo divino. Nadie tiene la imagen completa. Pero a medida que avanzamos, el Espíritu amplía nuestra visión.
Uno de los grandes desafíos de nuestra generación es que vivimos con prisa. Todo es inmediato: los mensajes, las respuestas, los resultados. Pero el ritmo del cielo es distinto. El cielo no trabaja a base de cronómetros, sino de conversiones.
El Doctrina y Convenios no es solo un registro personal. Es una guía comunitaria. Nos invita a restaurar no solo nuestras propias almas, sino nuestras familias, barrios y comunidades. Cada sección tiene el eco de un Dios que quiere que construyamos relaciones basadas en el amor, la confianza y el arrepentimiento.
Uno de los regalos más malentendidos del evangelio es el arrepentimiento. No es un castigo. Es una invitación. Es el lenguaje de la restauración. Cada vez que me arrodillo y confieso mi debilidad, no estoy retrocediendo; estoy avanzando.
Una y otra vez, he visto promesas cumplirse lentamente. Una bendición patriarcal que parecía dormida. Una relación que pensé muerta. Una herida que llevaba años sin sanar. Pero como dice Rachel, “la conversión es un viaje continuo”. Las promesas de Dios no expiran. Solo maduran.
Hoy, después de muchos años de caminar con el Señor, puedo decir sin dudar que la obra lenta de Dios es también Su obra más profunda. No hay atajos para la transformación. No hay rutas rápidas hacia la redención. Pero sí hay manos extendidas, susurros del Espíritu, y revelaciones que nos guían paso a paso.
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