Efesios 5:25 declara: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.” Estas palabras, escritas por el apóstol Pablo, establecen un principio fundamental sobre el matrimonio: el amor conyugal debe reflejar el amor sacrificial de Cristo. Pero, ¿cómo se puede aplicar este principio en el mundo moderno, y qué relación tiene con las enseñanzas reveladas en las escrituras sagradas?
Desde la perspectiva de la doctrina restaurada, el matrimonio no es simplemente un contrato social ni una conveniencia emocional. Es una ordenanza sagrada, instituida por Dios desde la creación del mundo. En el relato del Génesis, se declara: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Esta unión trasciende lo terrenal, pues en su propósito original, el matrimonio estaba destinado a ser eterno. En la enseñanza moderna de la revelación, se enfatiza que los esposos deben ejercer su liderazgo en el hogar con amor, paciencia y abnegación, sin recurrir a la dominación ni a la imposición.
El amor que Pablo describe en Efesios 5:25 es un amor que no busca lo propio, sino que se entrega por completo. Cristo no solo amó a la iglesia, sino que se sacrificó por ella. De la misma manera, el esposo tiene la responsabilidad de sacrificarse por su esposa, poniendo su bienestar, crecimiento y felicidad por encima de sus propios deseos. Este concepto está en armonía con las palabras de Moroni en el Libro de Mormón: “La caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre” (Moroni 7:47). En el matrimonio, este amor puro se traduce en servicio desinteresado, paciencia y una búsqueda constante del bienestar del cónyuge.
A lo largo de la historia, los grandes pensadores han reflexionado sobre el amor, el matrimonio y el deber moral. Dos de los más influyentes filósofos de Italia, Tomás de Aquino y Giambattista Vico, ofrecieron perspectivas que, aunque formuladas en contextos filosóficos distintos, resuenan con la verdad expresada en Efesios 5:25. Tomás de Aquino, en su Suma Teológica, argumentó que el amor verdadero no es simplemente una emoción, sino una elección activa de buscar el bien del otro. En su visión, el matrimonio es una comunidad de vida y amor, basada en la razón y en la voluntad de buscar el bien mutuo. El esposo que ama a su esposa como Cristo amó a la iglesia no se limita a sentir afecto por ella, sino que deliberadamente la honra, la respeta y trabaja por su felicidad.
Por otro lado, Giambattista Vico, conocido por su obra La ciencia nueva, desarrolló una teoría de la historia en la que destacó la importancia de las instituciones sociales, especialmente la familia, en la formación de la civilización. Para Vico, la familia era el núcleo de la sociedad y el matrimonio un pacto sagrado que garantizaba estabilidad y orden. Su filosofía enfatizaba que el deber del esposo no solo era amar a su esposa, sino también proteger la unidad familiar y fomentar valores de sacrificio y lealtad. En este sentido, Efesios 5:25 se alinea con la idea de que el amor conyugal no es un mero sentimiento pasajero, sino una responsabilidad moral y social.
Otro aspecto clave de este versículo es la referencia a la entrega total de Cristo por su pueblo. En el matrimonio, esta entrega se traduce en la capacidad de perdonar, de ser paciente y de edificar juntos una relación que resista las pruebas del tiempo. El Salvador enseñó: “De cierto, de cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). Esta enseñanza subraya la necesidad de la humildad en el matrimonio. Un esposo que ama verdaderamente a su esposa no se aferra al orgullo ni a la autosuficiencia, sino que está dispuesto a aprender, a mejorar y a reconocer sus errores.
Asimismo, el mandamiento de amar como Cristo amó implica una visión eterna del matrimonio. En la enseñanza revelada, se explica que los lazos matrimoniales no están destinados a disolverse con la muerte, sino que pueden perdurar más allá de esta vida. Este concepto cambia la forma en que un esposo debería tratar a su esposa: si el matrimonio es solo temporal, podría justificarse un trato basado en la conveniencia. Pero si el matrimonio es eterno, entonces el amor y la entrega deben reflejar una inversión a largo plazo, construida sobre principios de fidelidad, sacrificio y crecimiento conjunto.
La Doctrina y Convenios amplía este principio al declarar: “En verdad os digo que todo aquello que ataís en la tierra, será atado en los cielos” (D. y C. 132:46). Esta promesa resalta que el amor entre esposo y esposa debe estar basado en principios celestiales y no en motivaciones temporales. Cuando un esposo elige amar a su esposa con la misma devoción con la que Cristo amó a la iglesia, está edificando un matrimonio que no solo será feliz en esta vida, sino que tendrá un fundamento eterno.
En la vida diaria, aplicar Efesios 5:25 requiere esfuerzo y compromiso. No significa que el esposo debe sacrificarse hasta el punto de perder su identidad o bienestar, sino que debe buscar la manera de fortalecer a su esposa en cada aspecto de su vida. La comunicación, la comprensión y el respeto mutuo son herramientas fundamentales para alcanzar este ideal.
También es importante reconocer que este principio no es una justificación para la desigualdad. El amor de Cristo por la iglesia no fue un amor controlador ni manipulador, sino un amor que elevó y fortaleció. De la misma manera, el esposo no es llamado a ejercer dominio sobre su esposa, sino a amarla con un amor puro y desinteresado. En palabras de Pablo en otra de sus epístolas: “No hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28).
Finalmente, el ideal de Efesios 5:25 nos recuerda que el amor verdadero no es egoísta ni pasajero. En un mundo donde el concepto del matrimonio a menudo se ve distorsionado por influencias externas, este versículo proporciona un modelo de amor basado en la divinidad, el sacrificio y la eternidad. Cuando un esposo elige amar a su esposa de esta manera, no solo está fortaleciendo su hogar, sino que también está reflejando el amor más sublime que existe: el amor del Salvador por cada uno de nosotros.
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