En ocasiones podríamos pensar que la religión y la política son asuntos diametralmente opuestos, dado que el imaginario colectivo asume que a una le concierne la espiritualidad y el alma del ser humano de manera integral y la otra, es proclive a las cuestiones netamente terrenales, siendo que esta idea se ajusta al quehacer de nuestros representantes políticos, la ambición material y el desinterés de su profesión por un servicio social. Sin embargo, esto no es así, ambas coinciden en un punto, la estructura de la institución tanto eclesiástica como política depende del funcionamiento de una burocracia que implica jerarquías, así como también al interior de cada una, hay corrientes ideológicas que están en pugna por alcanzar ya sea el poder divino o el poder material, respectivamente. En estas últimas fechas la realidad ha demostrado que la religión católica y la política que se práctica en nuestro en el mundo guarda una relación casi perversa, desdibujándose así la línea entre lo espiritual y lo terrenal.
Con la muerte del Papa Juan Pablo II se difundió innumerable información acerca de sus 26 años de pontificado, acaparando totalmente los medios de comunicación electrónicos, en los cuales los apologistas de Karol Wojtyla lo convierte en un hombre que cambio el rumbo de la historia política-social del mundo a partir de su investidura clerical y como Jefe de Estado, al respecto consideramos que fue un hombre que formó parte de ese devenir histórico, pero no fue el pilar fundamental para la reestructuración de Europa, del final de la guerra fría y la transformación política de AméricaLatina; de hecho pensamos que el pontificado de Juan Pablo II fue en muchos aspectos contradictorio, asumió un papel de restaurador de la humanidad oponiéndose a la liberación sexual y al hedonismo de occidente, trabajó arduamente en contra de los teólogos rebeldes y dio cobijo a movimientos más tradicionalistas y místicos como el Opus Dei. Mientras fincaba relaciones diplomáticas con otros jefes de Estado de Europa y Estados Unidos, llevó una ofensiva contra la Teología de la Liberación que se basa en algunos principios marxistas, ésta estaba muy extendida en Latinoamérica que, abogaba por el sufrimiento de los pobres y simpatizaba con los movimientos guerrilleros y sociales que se generaron a mediados de los años sesenta.
Sin duda Juan Pablo II representaba tres tipos de autoridad, la legal como Jefe de Estado que trae detrás toda una burocracia eclesial; la carismática que, en la obra de Max Weber el sentido del carisma depende más del grupo de seguidores que de las cualidades que pudiera tener un hombre, es decir, aquí los miles de fieles se guían por la fe y por el hecho de creer que el Papa es el Vicario de Cristo en la tierra, siendo así que su carisma se basa en la personalización de la divinidad, por ello no es de extrañarse que después del entierro los mismos fieles pidiesen la canonización de Karol Wojtyla y por último, encarnó una autoridad tradicional que consiste en la pretensión de la misma persona por refrendar esta autoridad por diversos medios, en este caso el Papa se vio favorecido con la creencia por parte de los feligreses de que existen virtudes en la santidad de las normas, esto fue muy claro al utilizar los medios de comunicación y realizar los viajes para ratificar al catolicismo en otros países, estar en contacto con los fieles confirmando su fe y al tanto de lo que ocurría en las diócesis o arquidiócesis de cada nación a la que visitaba.
No es la primera vez que un Papa se involucre en asuntos de Politica, Economia y Movimientos Mundiales ya que se conoce de las Cruzadas las cuales fueron campañas militares comúnmente sostenidas por motivos religiosos llevadas a cabo por gran parte de la Europa latina cristiana, en particular, de los francos de Francia y el Sacro Imperio Romano. Las cruzadas, con el objetivo específico de restablecer el control cristiano de la Tierra Santa, se libraron durante un período de casi 200 años, entre 1095 y 1291. Otras campañas en España y en Europa oriental continuaron hasta el siglo XV. Las cruzadas fueron sostenidas principalmente contra los musulmanes, aunque también varias campañas se hicieron contra los eslavos paganos, judíos, los cristianos ortodoxos griegos y rusos, los mongoles, los cátaros, husitas, valdenses, prusianos, y principalmente a los enemigos políticos de los papas. Los cruzados tomaron votos y se les concedió la penitencia por los pecados del pasado, a menudo llamada indulgencia.
Para poder comprender qué razones tenía la historia de Europa y del Oriente Próximo para tomar semejantes rumbos, debemos remontarnos a los años inmediatamente anteriores al comienzo del fenómeno cruzado y ver qué estaba sucediendo en el mundo de aquel entonces.
En torno al año 1000, Constantinopla se erigía como la ciudad más próspera y poderosa del mundo conocido. Situada en una posición fácilmente defendible, en medio de las principales rutas comerciales, y con un gobierno centralizado y absoluto en la persona del Emperador, además de un ejército capaz y profesional, hacían de la ciudad y los territorios gobernados por ésta (el Imperio bizantino) una nación sin par en todo el orbe. Gracias a las acciones emprendidas por el Emperador Basilio II Bulgaroktonos, los enemigos más cercanos a sus fronteras habían sido humillados y absorbidos en su totalidad.
Sin embargo, tras la muerte de Basilio, monarcas menos competentes ocuparon el trono bizantino, al tiempo que en el horizonte surgía una nueva amenaza proveniente de Asia Central. Eran los turcos, tribus nómadas que, en el transcurso de esos años, se habían convertido al Islam. Una de esas tribus, los turcos selyúcidas (llamadas así por su mítico líder Selyuk), se lanzó contra el “infiel” Imperio de Constantinopla. En la batalla de Manzikert, en el año 1071, el grueso del ejército imperial fue arrasado por las tropas turcas, y uno de los co-Emperadores fue capturado. A raíz de esta debacle, los Bizantinos debieron ceder la mayor parte de Asia Menor (hoy el núcleo de la nación turca) a los selyúcidas. Ahora había fuerzas musulmanas apostadas a escasos kilómetros de la misma Constantinopla.
Por otra parte, los turcos también habían avanzado en dirección sur, hacia Siria y Palestina. Una a una las ciudades del Mediterráneo Oriental cayeron en sus manos, y en 1070, un año antes de Manzikert, entraron en la Ciudad Santa, Jerusalén.
Estos dos hechos conmocionaron tanto a Europa Occidental como a la Oriental. Ambos empezaron a temer que los turcos fueran a engullir lentamente al mundo cristiano, haciendo desaparecer su religión. Además, empezaron a llegar numerosos rumores acerca de torturas y otros horrores cometidos contra peregrinos en Jerusalén por las autoridades turcas.
La Primera Cruzada no supuso el primer caso de Guerra Santa entre cristianos y musulmanes inspirada por el papado. Ya durante el papado de Alejandro II, éste predicó la guerra contra el infiel musulmán en dos ocasiones. La primera ocasión fue durante la guerra de los normandos en su conquista de Sicilia, en 1061, y el segundo caso se enmarcó dentro de las guerras de la Reconquista española, en la batalla de Barbastro de 1064. En ambos casos el papa ofreció la Indulgencia a los cristianos que participaran.
En 1074, el papa Gregorio VII llamó a los milites Christi (“soldados de Cristo”) para que fuesen en ayuda del Imperio bizantino tras su dura derrota en la batalla de Mantzikert. Su llamada, si bien fue ampliamente ignorada e incluso recibió bastante oposición, junto con el gran número de peregrinos que viajaban a Tierra Santa durante el siglo XI y a los que la conquista de Anatolia había cerrado las rutas terrestres hacia Jerusalén, sirvieron para enfocar gran parte de la atención de occidente en los acontecimientos de oriente.
En 1081, subió al trono Bizantino un general capaz, Alejo Comneno, que decidió hacer frente de manera enérgica al expansionismo turco. Pero pronto se dio cuenta de que no podría hacer el trabajo solo, por lo que inició acercamientos con Occidente, a pesar de que las ramas occidental y oriental de la cristiandad habían roto relaciones en 1054. Alejo estaba interesado en poder contar con un ejército mercenario occidental que, unido a las fuerzas imperiales, atacaran a los turcos en su base y los mandaran de vuelta a Asia Central. Deseaba en particular usar soldados normandos, los cuales habían conquistado el reino de Inglaterra en 1066 y por la misma época habían expulsado a los mismos bizantinos del sur de Italia. Debido a estos encuentros, Alejo conocía el poder de los normandos. Y ahora los quería como aliados.
Alejo envió emisarios a hablar directamente con el papa Urbano II, para pedirle su intercesión en el reclutamiento de los mercenarios. El Papado ya se había mostrado capaz de intervenir en asuntos militares cuando promulgó la llamada “Tregua de Dios”, mediante la cual se prohibía el combate desde el viernes al atardecer hasta el lunes al amanecer, lo cual disminuyó notablemente las contiendas entre los pendencieros nobles. Ahora era otra oportunidad de demostrar el poder del papa sobre la voluntad de Europa.
En 1095, Urbano II convocó un concilio en la ciudad de Piacenza. Allí expuso la propuesta del Emperador, pero el conflicto de los obispos asistentes al concilio, incluido el Papa, con el Sacro Emperador Romano Germánico, Enrique IV (quien estaba apoyando a un anti Papa), primaron sobre el estudio de la petición de Constantinopla. Alejo tendría que esperar.
La sociedad europea, en su devenir, había ido acumulando un considerable potencial bélico. Por otra parte, el Islam se había erigido en un peligroso y fuerte enemigo. Ambas cosas se aunaron y dieron origen a las Cruzadas, proyectadas por la Cristiandad Occidental para salvar a la Cristiandad Oriental de los musulmanes. El resultado, sin embargo, quedó lejos de los propósitos y, en puridad, el movimiento cruzado, considerado históricamente, fue un fracaso discutible (aunque más de cien años de comercio demuestren lo contrario).
Steven Runciman lo resume así: Cuando Urbano II predicó su magno sermón en Clermont, los turcos estaban a punto de amenazar el Bósforo. Cuando el Papa Pío II predicó la última cruzada, los turcos estaban cruzando el Danubio. Rodas, uno de los últimos frutos del movimiento, cayó en poder de los turcos en 1523, y Chipre, arruinada por las guerras con Egipto y Génova, y anexionada finalmente a Venecia, pasó a ellos en 1570. Todo lo que quedó para los conquistadores de Occidente fue un puñado de islas griegas que Venecia mantuvo precariamente en su poder.
El avance turco fue contenido por el esfuerzo conjunto de la cristiandad, y por la acción de los Estados a quienes atañía más de cerca, Venecia y el Imperio de los Habsburgo, con Francia, la antigua protagonista de la guerra santa, ayudando al infiel de modo continuado. Hubo ocho cruzadas desde el siglo XI hasta el siglo XIV.
500 años han pasado y como se ve en la historia siempre han habido disputas entre los Occidentales y Orientales por el Medio Oriente hoy en día nos encontramos viendo revoluciones en los paises de África y del Norte y del Medio Oriente. Muammar Muhammad al-Gaddafi quien ha sido líder de Libia desde 1969 se encuentra bajo el escrutinio de los países modernos especialmente de USA. Al-Gaddafi durante el ultimo mes ha estado promulgando que todo esta convulsión política es un colonización de Al-Qaeda y USA. Lo irónico es que hace unos años un Arzobispo de la Iglesia Anglicana Tradicionalista afirmo que Gaddafi “Sera derrotado por el pueblo libio por la arrogancia misma de Gaddafi que morirá en un asesinato militar y que sus gobernadores serán enjuiciados por una Corte de Justicia Internacional. Y que gran parte de la población de Libia se convertiría al Cristianismo y que la otra parte olvidaran el Islam Fundamentalista para convertirse en parte del Islam Moderno es decir el que ha evolucionado socialmente.
Es difícil de creer que hayan pasado mas de 1000 años y todavía sigan luchando tierras del medio oriente. Han cambiado los mecanismos pero SERÁN ESTOS CAMBIOS EN EL MEDIO ORIENTE OTRA CRUZADA.
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