La infertilidad es un tema que, sin duda, toca fibras muy sensibles en el corazón de quienes lo experimentan, especialmente en la vida de las mujeres. Desde la perspectiva de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, este asunto no solo se aborda con sensibilidad y compasión, sino también con un profundo respeto por la integridad, la dignidad y el valor eterno de cada hija de Dios. La mujer, en particular, es vista como una parte esencial del plan divino, y su capacidad de crear y nutrir vida—ya sea de manera biológica, espiritual o emocional—es un reflejo de la naturaleza divina que lleva dentro. Por eso, al hablar de infertilidad, es fundamental hacerlo con un enfoque espiritual que proteja y eleve la integridad de la mujer, recordando que su valor no está determinado por su capacidad de concebir, sino por su identidad eterna como hija de un Padre Celestial amoroso.
En las Escrituras, encontramos numerosos ejemplos de mujeres que enfrentaron desafíos similares y que, a través de su fe y confianza en el Señor, encontraron consuelo y propósito. Uno de los relatos más conmovedores es el de Ana, la madre del profeta Samuel. Ana anhelaba ser madre, pero durante años enfrentó la dolorosa realidad de la infertilidad. En 1 Samuel 1:10-11, leemos que Ana "con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente". Ella derramó su corazón ante el Señor, y en su angustia, hizo un convenio con Él, prometiendo dedicar su hijo al servicio divino si Él le concedía el deseo de su corazón. La respuesta del Señor no fue inmediata, pero Ana confió en Su tiempo y en Su voluntad. Finalmente, su fe fue recompensada, y ella dio a luz a Samuel, quien llegó a ser uno de los grandes profetas de Israel. Este relato nos enseña que, aunque nuestras oraciones no siempre sean respondidas de la manera o en el momento que esperamos, el Señor escucha cada lágrima y conoce cada deseo de nuestro corazón.
Es importante recordar que la infertilidad no define a una mujer ni disminuye su valor ante los ojos de Dios. En Doctrina y Convenios 18:10, el Señor declara: "Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios". Este pasaje nos recuerda que nuestro valor no está en lo que podemos o no podemos hacer, sino en quiénes somos: hijos e hijas de un Padre Celestial que nos ama infinitamente. La mujer que enfrenta la infertilidad no es menos valiosa, menos amada o menos digna de las bendiciones del Señor. Su papel en el plan de Dios es único e irremplazable, y su capacidad de amar, servir y nutrir a los demás—ya sea a través de la maternidad biológica, la adopción, el servicio en la Iglesia o el apoyo a otras familias—es una manifestación de su naturaleza divina.
En el Libro de Mormón, encontramos otro ejemplo poderoso en la figura de Sariah, la esposa de Lehi. Aunque no se menciona explícitamente que Sariah haya enfrentado infertilidad, su vida estuvo llena de pruebas y desafíos que pusieron a prueba su fe. En 1 Nefi 5:1-2, vemos a Sariah llorando por sus hijos, preocupada por su bienestar y sintiendo que tal vez había perdido todo. Sin embargo, a través de la paciencia y la fe, ella encontró consuelo y fortaleza en el Señor. Este relato nos enseña que, aunque las pruebas puedan parecer abrumadoras, el Señor nunca nos abandona. Él está al tanto de nuestras luchas y nos fortalece en nuestros momentos de mayor debilidad.
La Iglesia enseña que la maternidad es un principio eterno, pero no se limita a la capacidad biológica de tener hijos. En "La Familia: Una Proclamación para el Mundo", se declara que "la maternidad es una parte esencial del plan de salvación". Sin embargo, esta maternidad puede manifestarse de muchas maneras. Una mujer puede ser madre biológica, madre adoptiva, madre espiritual o simplemente una influencia maternal en la vida de los demás. En Mosíah 18:9, se nos enseña a "llorar con los que lloran" y a "consolar a los que necesitan de consuelo". Este llamado a servir y amar a los demás es una forma de maternidad espiritual que todas las mujeres pueden ejercer, independientemente de su situación personal.
Es crucial abordar el tema de la infertilidad con delicadeza y respeto, evitando juicios o suposiciones que puedan herir a quienes lo experimentan. En Doctrina y Convenios 121:41-42, se nos enseña que el poder y la influencia del sacerdocio—y, por extensión, cualquier forma de liderazgo o ministerio—deben ejercerse "por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero". Este principio se aplica también a cómo hablamos y tratamos a quienes enfrentan la infertilidad. Debemos ser compasivos, empáticos y respetuosos, reconociendo que cada persona tiene una historia única y que el Señor conoce los detalles más íntimos de su corazón.
La oración y la fe son herramientas esenciales para enfrentar la infertilidad. En Mateo 7:7-8, el Salvador enseña: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá". Estas palabras nos recuerdan que podemos acudir al Señor en cualquier momento, con cualquier preocupación o deseo. Él está dispuesto a escucharnos y a guiarnos en nuestro camino. Además, en Alma 34:17-27, Amulek nos enseña que debemos orar en todo tiempo, no solo por nuestras necesidades, sino también por las de los demás. Esto incluye orar por aquellas parejas que enfrentan la infertilidad, para que encuentren consuelo, fortaleza y dirección.
Finalmente, es importante recordar que el plan de Dios es perfecto, aunque no siempre lo entendamos. En Isaías 55:8-9, el Señor declara: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos... Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos". Esto nos recuerda que, aunque no comprendamos el porqué de nuestras pruebas, podemos confiar en que el Señor tiene un propósito mayor para nosotros. La infertilidad puede ser una oportunidad para acercarnos más a Él, para desarrollar una fe más profunda y para aprender a confiar en Su voluntad.
En conclusión, la infertilidad es un desafío que puede ser profundamente doloroso, especialmente para las mujeres. Sin embargo, desde la perspectiva de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, podemos encontrar consuelo y esperanza en las enseñanzas de las Escrituras y en el amor infinito de nuestro Padre Celestial. La mujer que enfrenta la infertilidad es una hija amada de Dios, cuyo valor y propósito eternos trascienden cualquier circunstancia terrenal. A través de la fe, la oración y la confianza en el Señor, podemos encontrar paz y propósito en medio de esta prueba, recordando que Él conoce nuestras necesidades y que tiene un plan perfecto para cada uno de nosotros. Como se nos enseña en Doctrina y Convenios 122:7, "todas estas cosas te darán experiencia, y serán para tu bien".
Ha tocado las fibras infinitas de mi corazón, derramé lágrimas de consuelo y paz, el espiritu testificó sin duda que creemos en un Dios de promesas eternas! gracias al escritor por su testimonio y por el amor que he podido sentir al leer tan significativo mensaje!!
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