Mi vida como converso en el Evangelio restaurado me ha permitido comprender y amar profundamente a Jesucristo. Él no es solo el Salvador del mundo; es mi Salvador personal. Desde el momento en que me acerqué a su doctrina, su amor incondicional y su sacrificio infinito han sido el ancla de mi fe. Reflexionar sobre su misión y su expiación me llena de esperanza, especialmente al estudiar el Libro de Mormón y Doctrina y Convenios, dos fuentes que arrojan luz sobre su divinidad y propósito eterno.
En Mosíah 3:7, se describe con claridad el sufrimiento de Cristo: “Y he aquí, sangre brotará de cada poro, tan grande será su angustia por la iniquidad y abominaciones de su pueblo”. Este pasaje me conmueve profundamente. Es difícil imaginar el grado de dolor que soportó por mí, pero saberlo me impulsa a esforzarme por ser digno de su sacrificio. También en 2 Nefi 2:6-7 se enseña: “La redención viene en y por medio del Santo Mesías... que se ofrece a sí mismo en sacrificio por el pecado”. Estas palabras me recuerdan que el plan de redención depende completamente de Cristo y que su sacrificio es una expresión perfecta de amor. Además, en Alma 7:11-13, aprendo que no solo sufrió por nuestros pecados, sino también por nuestras enfermedades, dolores y tristezas. Esta verdad personaliza su expiación para mí. En mis momentos más difíciles, me aferro a esta promesa de que Él comprende plenamente mis luchas.
Doctrina y Convenios amplía aún más mi entendimiento de Su papel divino. En Doctrina y Convenios 19:16-19, el mismo Salvador declara: “Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan si se arrepienten”. Esto me recuerda que la expiación es universal pero que se aplica personalmente a medida que elijo arrepentirme. Doctrina y Convenios 18:10-11 destaca el gran valor de cada alma, enseñando que “el Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo para que todos puedan ser salvos”. Finalmente, en Doctrina y Convenios 76:22-24 se testifica: “Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, este es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: Que vive”. Estas palabras me llenan de gozo al saber que Él no solo murió por nosotros, sino que vive para guiarnos.
El testimonio de los profetas modernos también ha sido clave en mi comprensión de Cristo. El presidente Russell M. Nelson declaró en la Conferencia General de octubre de 2016: “En una vida centrada en Cristo, el gozo es constante”. Este principio me ha enseñado que al colocar a Cristo en el centro de mi vida, puedo encontrar paz y gozo aun en medio de las pruebas.
El presidente Gordon B. Hinckley, en una charla dirigida a los jóvenes en Salt Lake City, Utah, el 2 de marzo de 1997, dijo: “Jesucristo es el faro que ilumina nuestro camino, el amigo fiel que nunca nos abandonará”. Estas palabras me han ayudado a recordar que no estoy solo en mi viaje mortal; Cristo camina a mi lado. El presidente Thomas S. Monson, en la Conferencia General de abril de 2012, testificó: “A través de Él, nuestros errores pueden ser corregidos, y nuestras vidas, llenas de significado”. Esta declaración me inspira a vivir con propósito, confiando en que la expiación de Cristo puede reparar incluso mis peores errores.
El presidente Howard W. Hunter, durante una Conferencia General en octubre de 1994, declaró: “Si nuestras vidas y nuestra fe están centradas en Jesucristo y su Evangelio restaurado, nada puede ir permanentemente mal”. Esta enseñanza me da esperanza, especialmente en momentos de incertidumbre, porque sé que Cristo tiene el poder de rectificar todo en su debido tiempo. Finalmente, el presidente Ezra Taft Benson, en un discurso dado en BYU el 10 de diciembre de 1985, dijo: “El Salvador es nuestro ejemplo perfecto, y la única manera de seguirlo es haciendo lo que Él haría”. Estas palabras son un recordatorio constante de que mi fe no debe ser pasiva; debo esforzarme diariamente por vivir como Él vivió.
Mi testimonio de Jesucristo no solo es el fundamento de mi vida espiritual, sino también el motivo por el cual me esfuerzo por mejorar cada día. Sé que Él vive, que nos ama y que nos guía a través de profetas vivientes. Al estudiar las escrituras, orar con fe y esforzarme por seguir su ejemplo, he experimentado el gozo prometido y la paz que solo Él puede dar. Un día, confío en que estaré con Él y con nuestro Padre Celestial, disfrutando de la felicidad eterna que Él ha preparado para nosotros. Mientras tanto, continúo buscando Su presencia en mi vida, sabiendo que su gracia y amor nunca fallarán.
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