Friday, January 10, 2025

El concepto del amor y la gracia de Dios es central en la teología cristiana y las creencias de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días



El concepto del amor y la gracia de Dios es central en la teología cristiana y las creencias de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (LDS). Estos atributos divinos brindan esperanza, sanación y fortaleza para afrontar los desafíos de la vida. Este blog explora las manifestaciones del amor y la gracia de Dios utilizando la doctrina de la LDS, cinco escrituras de la Biblia, citas del presidente Ezra Taft Benson y perspectivas de dos filósofos panameños.

La gracia se define a menudo en la doctrina de la LDS como el poder habilitador de Jesucristo que permite a las personas alcanzar la vida eterna. El amor de Dios es el fundamento de esta gracia, extendida a la humanidad a través de la Expiación de Cristo.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Esta escritura resume la profundidad del amor de Dios. Envió a Su Hijo no solo para redimirnos del pecado, sino también para empoderarnos mediante Su gracia para vivir vidas rectas. El presidente Ezra Taft Benson dijo una vez:

“La Expiación de Jesucristo es el acto de amor más trascendente que el mundo haya conocido.”

La Expiación demuestra que el amor de Dios es infinito e incondicional, brindándonos la oportunidad de crecer, arrepentirnos y regresar a Él.

La gracia no es meramente el perdón de los pecados, sino la fortaleza y asistencia divinas que se nos dan. Nos ayuda a superar nuestras debilidades, soportar pruebas y alcanzar nuestro potencial divino.

“Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).

Este versículo nos recuerda que la gracia compensa la fragilidad humana. La doctrina de la LDS enfatiza que al confiar en la gracia de Cristo, somos capaces de hacer cosas más allá de nuestras habilidades naturales.

El presidente Benson amplió este concepto:

“Cuando ponemos a Dios primero, todas las demás cosas caen en su lugar o desaparecen de nuestras vidas.”

Al priorizar a Dios, nos abrimos a Su poder habilitador, permitiendo que la gracia nos refine y fortalezca.

Los convenios, o promesas sagradas entre Dios y Sus hijos, son un testimonio de Su amor y el conducto de Su gracia. A través de convenios como el bautismo, recibimos la promesa de la gracia en nuestras vidas.

“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10).

Esta seguridad ilustra el compromiso de Dios con Su pueblo del convenio. Cuando permanecemos fieles, Él nos fortalece y nos sostiene.

Un filósofo panameño, Esteban Rodríguez Herrera, reflexionó sobre las relaciones de convenio como evidencia de la gracia divina. Escribió:

“Los convenios de Dios son el ancla de la humanidad. Nos atan a Su misericordia y nos recuerdan Su compromiso eterno con nuestro bienestar.”

En el corazón de la gracia está la Expiación, a través de la cual Cristo llevó la carga de nuestros pecados e iniquidades. Su sacrificio infinito nos hace posible recibir misericordia y superar las consecuencias del pecado.

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

Este versículo aclara que la salvación es un regalo de gracia, no ganado solo por obras. Sin embargo, la doctrina de la LDS enseña que la gracia se accede a través de la obediencia y la fidelidad. El presidente Benson enfatizó:

“El Señor obra de adentro hacia afuera. El mundo obra de afuera hacia adentro. El mundo sacaría a la gente de los barrios marginales. Cristo saca los barrios marginales de la gente, y luego ellos mismos se sacan de los barrios marginales.”

A través de la Expiación, la gracia nos transforma desde adentro, permitiéndonos convertirnos en nuevas criaturas en Cristo.

La gracia y el amor de Dios no están reservados solo para momentos extraordinarios; están presentes en la vida diaria. Nos empoderan para encontrar gozo, servir a los demás y enfrentar las incertidumbres de la vida con fe.

“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno; porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmos 23:4).

Este pasaje familiar nos recuerda que el amor y la gracia de Dios son nuestros compañeros constantes. Al volvernos hacia Él, encontramos paz en medio de los momentos más oscuros de la vida.

El filósofo panameño Gabriel Rivas agregó su perspectiva sobre la aplicación práctica de la gracia:

“La gracia no es un regalo pasivo, sino una fuerza activa que nos invita a participar en nuestra transformación y en la mejora del mundo que nos rodea.”

La vida del Salvador ejemplificó el servicio, un reflejo del amor divino. La doctrina de la LDS enseña que al servir a los demás, nos convertimos en conductos del amor y la gracia de Dios.

La caridad, o el amor puro de Cristo, es la forma más alta de la gracia en acción. Moroni 7:47 enseña:
“La caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre.”

A medida que desarrollamos la caridad, nos alineamos con la voluntad de Dios y reflejamos Su gracia en nuestras interacciones con los demás.

El amor y la gracia de Dios son abundantes, como corrientes de misericordia que fluyen a cada aspecto de nuestras vidas. Nos empoderan para superar el pecado, soportar pruebas y alcanzar la alegría eterna. El presidente Ezra Taft Benson resumió acertadamente:

“La gran tarea de la vida es aprender la voluntad del Señor y luego cumplirla.”

Al esforzarnos por entender y seguir la voluntad de Dios, abrimos nuestros corazones a las corrientes de misericordia que fluyen de Su amor infinito y gracia. Ya sea a través de las escrituras, los convenios o los actos diarios de servicio, podemos acercarnos a Él y reflejar Sus atributos divinos en nuestras vidas.

Que siempre busquemos acceder y compartir estas corrientes de misericordia, convirtiéndonos en instrumentos de Su amor y gracia en un mundo que lo necesita desesperadamente.


 

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